domingo, 30 de mayo de 2010

minutos con el corazón flotando en el teatro

Hoy Presentamos

los objetos : nosotros mismos

se arman las escenas a partir de nosotros ahí, objetualizados (si existe). Esto quiere decir que vemos nuestros contornos.

se prenden, ON. Nos ponemos en movimiento. Nos relacionamos entre nosotros, bajo un modelo similar al comportamiento de los electrones del átomo. Paseamos por distintas órbitas según las relaciones energéticas (+)s, (-)s entre los otros electrones.

y al mismo tiempo nada de eso. Al mismo tiempo y de repente, logran el sístole y la diástole al ritmo que la puesta en escena decide (el director, los actores, y quizás otros seres que no creemos tan importantes - no sé cuánto lo son). Nuestros cuerpos, eso que estaba fuera porque nos constituía como sujetos y no objetos, en un instante también está entregado. Y nada pasa a ser más importante.

Lo tradicionalista del teatro es lo conservador de los naturalistas. Cuando comprendemos, o le creemos a un cosmos conectado con nuestra humanidad. Cuando aparecen los personajes clásicos, proto-nes, proto-números, proto-humanos... lo clásico de un tipo psicológico, dispuesto con otro, observando su comportamiento.

Y qué pasa cuando son tres

Y qué pasa cuando son dos

Y qué pasa cuando uno es más viejo

Y qué pasa cuando uno se dispone en la línea de la desesperación, frente a dos

Y qué pasa cuando uno no ha llegado aún a su estado clásico




Como El Principito, hay películas que cada vez que las veo comprendo algo nuevo del teatro.





Y punto. Mi lenguaje es tan limitado como lo he permitido. Y llega hasta aquí en en la descripción de ese sístole sin diástole de entender la belleza humana, y tener relaciones fragmentadas con los objetos-nosotros.








Joaquín Sabina, lo peor del amor.